El desastre de 1986 en la central nuclear de Chernóbil transformó la región circundante en el paisaje más radiactivo conocido en el planeta, un área donde la vida, aparentemente, iba a sufrir una exposición tan alta y desconocida para la ciencia que hacía presagiar el peor de los pronósticos. Sin embargo, casi 40 años después del desastre, un grupo de científicos de la Universidad de Nueva York ha encontrado un asombroso grupo de pequeños gusanos que, en esencia, les importa un carajo la radiación. Es tal la sorpresa que creen que los hallazgos ayudarán a guiar las futuras investigaciones sobre el cáncer.

La historia de lo ocurrido en 1986 se ha documentado e incluso ficcionado muchas veces y es de sobra conocida. Basta un dato para entender la magnitud del accidente: casi cuatro décadas después persisten altos niveles de radiación. Es la razón principal por la que los humanos huyeron de la zona y tan solo han persistido en ese hábitat post apocalíptico algunas razas de animales que la ciencia ha ido documentando.

Con todo, ningún ser vivo ha mostrado la respuesta que han descubierto los investigadores de la Universidad de Nueva York. Examinaron los gusanos microscópicos que todavía viven en la región para ver qué efecto había tenido la radiación de Chernóbil en su composición genética.

Según cuenta Sophia Tintori, autora principal del estudio:

Chernóbil fue una tragedia de escala incomprensible, pero todavía no tenemos una idea clara de los efectos del desastre en las poblaciones locales. ¿El repentino cambio ambiental seleccionó especies, o incluso individuos dentro de una especie, que son naturalmente más resistentes a la radiación ionizante?

Tintori y sus colegas recolectaron cientos de nematodos de diferentes áreas de la Zona de Exclusión de Chernóbil (ZEC) y diferentes exposiciones a la radiación, y compararon sus genomas con otros cinco gusanos de la misma especie de diferentes partes del mundo. Cuando hablamos de nematodos nos referimos a pequeños gusanos con genomas simples -el conjunto completo de material genético de un organismo- y una reproducción rápida que los hace útiles para comprender fenómenos biológicos básicos.

La zona de exclusión de Chernóbil con puntos que marcan dónde se recolectaron los gusanos y el nivel de radiación en cada sitio.
Imagen: Tintori/NYU

Cuentan en su trabajo que debido a que la radiación ionizante puede causar roturas de doble cadena en el ADN, sospecharon que los gusanos de allí mostrarían “reordenamientos cromosómicos hereditarios“, transmitidos a través de múltiples generaciones de nematodos expuestos. 

Se centraron en una especie de nematodos llamada Oscheius tipulae, secuenciaron el genoma de 15 gusanos de Chernóbil y los compararon con los genomas de esos cinco O. tipulae de otros lugares. ¿Qué encontraron?

Para la sorpresa de todos, los especímenes no mostraron diferencias cromosómicas en comparación con los gusanos de Alemania, Estados Unidos, Australia, Mauricio y Filipinas. No solo eso. Análisis posteriores revelaron que los nematodos de Chernóbil no presentaban mutaciones adquiridas más recientemente que sus homólogos internacionales. Dicho de otra forma, el hallazgo sugiere que su ADN no se ha dañado por la radiación en absoluto. Para Tintori:

Esto no significa que Chernóbil sea seguro; más bien significa que los nematodos son animales realmente resistentes y pueden soportar condiciones extremas. Tampoco sabemos cuánto tiempo estuvo cada uno de los gusanos que recolectamos en la Zona, por lo que no podemos estar seguros exactamente qué nivel de exposición recibieron cada gusano y sus ancestros durante las últimas cuatro décadas.

Como explican en su estudio, el descubrimiento puede tener grandes implicaciones. Para empezar, proporcionan pistas sobre cómo la reparación del ADN puede variar entre individuos, lo que podría conducir a una mejor comprensión de las variaciones naturales observadas en los humanos. Por ejemplo, podría tener implicaciones para la investigación del cáncer que se ocupa de saber por qué algunas personas con predisposición genética a la enfermedad la desarrollan y otras no.

Ahora que sabemos qué cepas son más sensibles o más tolerantes al daño del ADN, podemos utilizar estas cepas para estudiar por qué diferentes individuos tienen más probabilidades que otros de sufrir los efectos de los carcinógenos“, zanja Tintori.

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