El relato de esta carta que llegó a todos los despachos de los grandes estudios de Hollywood se remonta a la década de 1930. La misiva es tan famosa porque ejemplifica muy bien el esfuerzo de muchos por hacerse un hueco en el mundo del séptimo arte (en este caso como guionista), y quizás más importante: porque recuerda que, a veces, tomar el camino más arriesgado puede conducir a cumplir tus sueños. Esta fue su historia.

Por aquella época, Hollywood, cuyo esplendor comenzaba a forjar esa imagen icónica con la que soñaban miles de jóvenes, era el lugar de destino de muchos escritores en ciernes, todos con la misma idea de hacer carrera y, con algo de suerte, fortuna. Por supuesto, la historia la han escrito quienes alcanzaron cierto éxito, pero diríamos que los casos de fracaso y vuelta a casa fueron muchísimos más.

Uno de esos soñadores fue Robert Pirosh, nacido en Baltimore, y cuyos estudios en la Sorbona y la Universidad de Berlín le habían permitido conseguir un trabajo como redactor publicitario en Nueva York. Pirosh supo al poco tiempo que en aquellas oficinas no iba a desarrollar todo su talento. Le aburría enormemente acudir cada día al mismo lugar de trabajo.

Hollywood, 1930/40.
Foto: Dominio Publico.

Esto lo sabemos hoy de su puño y letra, tal y como lo demuestra la correspondencia que, cuando tenía poco más de veinte años, escribió y envió a “tantos directores, productores y ejecutivos de estudio como pudo encontrar”. Lo cierto es que la histórica misiva no fue una simple solicitud de trabajo. Aquella carta fue lo que hoy muchos no dudan en denominar como “la mejor carta de presentación jamás escrita para entrar en Hollywood”.

Como veremos a continuación, la imponente carta mostraba a quien la leyera la capacidad de inventiva, asombro y sorpresa que tenía el joven Pirosh. Esta fue su transcripción, lo más cercana posible para darle lógica, ya que parte de la gracia de la misma tiene que ver con los neologismos con las que Pirosh la escribió, dando rienda suelta a juegos y palabras con formas curiosas del inglés:

Estimado señor:

Me gustan las palabras. Me gustan las palabras gordas y mantecosas, como exudado, vileza, pegajoso, adulador. Me gustan las palabras solemnes, angulosas y chirriantes, como puritana, cascarrabias, pecuniaria, despedida. Me gustan las palabras espurias, en blanco y negro, como funeraria, liquidar, amígdala, semitono. Me gustan las palabras suaves con “B”, como esbelto, cabello, bravura, brío. Me gustan las palabras crujientes, quebradizas y chirriantes, como astilla, garfios, empujón, chorreante. Me gustan las palabras hoscas, malhumoradas y con el ceño fruncido, como acechar, fruncir el ceño, costroso, cabrón. Me gustan los ¡Oh-Cielos!, Dios mío, palabras amables como fatiga, truco, gentil, horrible. Me gustan las palabras elegantes y floridas, como estivar, peregrinar, elíseo. Me gustan las palabras lúgrubes, retorcidas y harinosas, como gatear, balbucear, chillar, gotear. Me gustan las palabras risueñas y graciosas, como remolino, gorgoteo, burbujeo y eructo.

Me gusta más la palabra guionista que redactor, así que decidí dejar mi trabajo en una agencia de publicidad de Nueva York y probar suerte en Hollywood, pero antes de dar el paso me fui a Europa a pasar un año de estudio, contemplación y otras tonterías.

Acabo de regresar y todavía me gustan las palabras.

¿Puedo tener algunas con usted?

R. Pirosh.

Nos podemos hacer una ligera idea de la escena cuando llegaba a manos de algún ejecutivo. Aquella extravagante, sorprendente e inconfundible misiva que leían los magnates de Hollywood no podía dejar indiferente. La selección audaz de palabras, sin ser especialmente ilustradas ni mucho menos, en conjunto posiblemente daban la impresión de un dominio formidable del idioma inglés. Seguramente también, muchos no la entendieron y la tiraron a la basura, pero la historia de la mejor carta de presentación escrita a Hollywood no podía tener un feliz tan real y obvio.

Aquella misiva le funcionó a Pirosh hasta el punto de conseguir tres entrevistas, una de las cuales lo llevó a trabajar como escritor junior nada menos que en la Metro-Goldwyn-Mayer Studios (MGM). 

Fotograma de Battleground

En 1949, quince años después de la sorprendente carta, un hombre subía las escaleras para recibir un Oscar. Se trataba de Robert Pirosh, galardonado con el premio al Mejor Guión Original por su trabajo en la película de la Segunda Guerra Mundial, Battleground. Unos meses después, también consiguió el Globo de Oro. Curioso, porque la historia del film estaba basada, en parte, en la propia experiencia del escritor. 

Al parecer, unos años después de su carrera en Hollywood, se alistó y regresó a Europa, esta vez como sargento mayor en la 35.ª División de Infantería en el campo de batalla en Francia y Alemania. Tras el final de la guerra, volvió a escribir y producir, permaneciendo activo en la industria del entretenimiento hasta la década de 1970. Entre otras producciones, Parish también fue el guionista de los mismísimos Hermanos Marx.

Por tanto, se podría decir sin miedo a equivocarnos que la carrera de Pirosh en el siglo XX fue envidiable, y todo comenzó con una carta de presentación tan descarada para la época como convincente.

Ya lo decía el propio Groucho, “Si eres capaz de hablar sin parar, al final te saldrá algo gracioso, brillante e inteligente”.

¿O quizás fue en realidad Pirosh?

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