“Tuvo que ser un bosque realmente raro”, comenta Neil Davies. “El suelo no tenía plantas porque la hierba sencillamente aún no existía. Todo el suelo estaba cubierto de pequeñas ramitas.” Imaginar la experiencia de pasear por aquel bosque es un ejercicio fascinante, porque sus árboles se remontan al período Devónico, hace entre 419 y 359 millones de años.

Davies es profesor de Paleontología en la Universidad de Cambridge. Él y sus colegas son los descubridores del (hasta la fecha) bosque más antiguo conocido. Sus árboles, ahora fosilizados, han aparecido en una formación de roca en Somerset, Reino Unido, y tienen alrededor de 390 millones de años. Ganan por cuatro millones de años de antigüedad al anterior bosque fosilizado más antiguo conocido, que apareció en 2018 en el Estado de Nueva York, en Estados Unidos. La imagen que ilustra este artículo es precisamente una reconstrucción de aquel bosque del Devónico en el que ya había más variedad de plantas y los árboles primigenios eran más altos. El bosque hallado en Reino Unido tenía más el aspecto de esta ilustración:

Reconstrucción de un bosque de Cladoxylopsida. | Ilustración: Peter Giesen / Chris Berry

Los troncos de los árboles de este bosque eran huecos, y su aspecto externo es más parecido a lo que hoy conocemos como una palmera que a la nudosa corteza de árboles como el Roble. Sobre tu cabeza, a una altura de entre dos y cuatro metros, la luz se filtra a través de unas coronas circulares formadas por cientos de ramitas verdes, las mismas que, ya secas, cubren el suelo con una mullida alfombra.

Los árboles de este bosque pertenecen a las Cladoxylopsida, una clase de plantas que se creen precursoras de los actuales helechos y de plantas que son prácticamente fósiles vivientes como la Cola de Caballo. El Devónico fue una época particularmente importante porque marca el período en el que las plantas comenzaron a conquistar las zonas de tierra firme del planeta y crearon el entorno adecuado para que los animales marinos fueran desembarcando en tierra firme.

Las pequeñas ramitas que sembraban estos árboles también contribuyeron a la formación de capas de sedimento, alterando el curso de ríos y masas de agua y contribuyendo aún más a alterar la imagen del paisaje. Los pormenores del descubrimiento acaban de publicarse en la revista Journal of the Geological Society.

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