La historia tuvo lugar hace casi 40 años con motivo de una de esas películas generacionales que se dieron en la década de 1980. Se estrenaba en los cines Labyrinth, dirigida por el mítico creador de los Muppets, Jim Henson, y protagonizada por David Bowie y Jennifer Connelly. Pero el relato de lo que ocurrió se dio durante la proyección del film en un pase privado. Bowie, presente aquel día, se dio cuenta que entre los asistentes había alguien que le recordaba a él mismo. Esta fue la conmovedora historia. 

Labyrinth contaba la historia de una adolescente, Sarah (Jennifer Connelly), cuyo hermano es secuestrado por Jareth, el Rey Goblin, interpretado por David Bowie. Para salvar al bebé, tiene que entrar en un enorme laberinto, dentro del cual hay todo tipo de criaturas extrañas y lugares mágicos.

El recorrido del film recuerda mucho a tantas obras de culto a las que el tiempo fue situando en su sitio. No fue un éxito de taquilla instantáneo cuando se estrenó en junio de 1986. De hecho, ese verano se enfrentó a una dura competencia, entre ellas Karate Kid Part II, Ferris Bueller’s Day Off y Top Gun. Es más, había tantas películas tremendamente populares compitiendo a la misma vez que cuando se estrenó ocupó el octavo lugar del fin de semana (hizo 3,5 millones de dólares). Finalmente, el estudio la retiró de los estrenos menos de un mes después.

Sin embargo y como decíamos, el tiempo situó la obra de Henson donde se merecía. Al igual que otras obras con la misma esencia, como The Princess Bride, las siguientes décadas reconciliaron la obra de Henson con el público, quienes finalmente la han hecho suya reconociendo toda la imaginación, ingenio y diseño visual creativo del maestro director. 

Como la misma película, tan poco convencional, el set de rodaje estuvo plagado de anécdotas con Bowie como protagonista. Por ejemplo, el niño de la peli, interpretado por Toby Froud, era el hijo de Brian Froud, el hombre que diseñó tanto los mundos como las criaturas de Labyrinth. Sin embargo, el pequeño estuvo a punto de paralizar el rodaje cuando llegó el primer día de trabajo. Al parecer, tenía mucho miedo cada vez que veía a David Bowie con su disfraz. 

De hecho, eso hizo que filmar la escena en la que Jareth sostiene al bebé en su regazo fuera un desafío. Los realizadores tuvieron que jugar con un muñeco fuera de cámara para distraer a Toby y poder obtener la toma que necesitaban. Funcionó a medias, ya que, si bien se pudo rodar la escena, el mismo Froud comentó años más tarde que se orinó sobre Bowie durante la gran escena juntos.

Otra anécdota con el genial Bowie como protagonista. Su personaje Jareth hace malabares con bolas de cristal, haciéndolas rodar y girar de formas casi imposibles a lo largo de toda la peli. Y no, Bowie no era un maestro de los malabares, por lo que se utilizó algo de “magia” cinematográfica de la vieja escuela para, literalmente, echarle una mano: un malabarista profesional estaba detrás del artista, fuera del alcance de las cámaras. ¿Cómo? El brazo derecho del malabarista estaba metido en el disfraz de Bowie, haciendo las veces del brazo derecho de Jareth.

La “máscara invisible” de Bowie

 Portada del álbum Aladdin Sane.

En cualquier caso, de todas las anécdotas del film, hubo una muy especial que mostró el carácter y humanidad de la estrella y leyenda del rock. Bowie tenía fama de ser un tipo con los pies en la tierra, y también extremadamente caritativo, como lo demuestra la historia relatada por el novelista Paul Magrs.

El escritor reveló hace unos años el encuentro que le contó un amigo autista, entonces un niño. Magrs explicaba que por aquellas fechas, hace casi 40 años, era raro encontrar personas que usaran libremente el término “autista”, y que cuando era un crío, a su amigo a menudo lo llamaban simplemente “tímido” o “retraído”.

Este fue el relato de su amigo cuando asistió a una proyección privada de Labyrint en su escuela y donde los niños iban a conocer al mismísimo Rey Goblin tras el pase. Bowie los conoció y se lo pasó genial, pero un niño permaneció en silencio y separado del resto, momento en que el artista preguntó a los organizadores del evento si podía hablar con el pequeño a solas:

Yo era retraído, más retraído que los otros niños. Todos recibimos un cartel firmado. Como era muy tímido, me pusieron en una habitación aparte, a un lado, y así pude conocerlo a solas. Había oído que era tímido y fue idea suya. Pasó treinta minutos conmigo.

Me dio esta máscara. Esta. Mírala.

Me dijo: ‘Esta es una máscara invisible, ¿ves?

Se la quitó de la cara y miró a su alrededor como si de repente estuviera asustado e incómodo. Me pasó su máscara invisible. “Póntela”, me dijo. ‘Es magia’

Y así lo hice.

Entonces me dijo: “Siempre tengo miedo, igual que tú”. Pero uso esta máscara todos los días. Y no me quita el miedo, pero me hace sentir un poco mejor. Entonces me siento lo suficientemente valiente como para enfrentarme al mundo entero y a todas las personas. Y ahora tú también lo harás.

Me senté allí con su máscara mágica, mirando a través de los ojos a David Bowie y era cierto, me sentí mejor.

Luego vi cómo hacía otra máscara mágica. La hizo girar de la nada. La terminó y sonrió y luego se la puso. Y parecía tan aliviado y complacido. Bowie me sonrió.

”Ahora ambos tenemos máscaras invisibles. Podemos ver perfectamente a través de ellas y nadie sabría que las llevamos puestas”, dijo.

Entonces me sentí increíblemente cómodo. Fue la primera vez en toda mi vida que me sentí seguro.

Fue mágico. Era un mago. Era un rey Goblin, sonriéndome.

Todavía conservo la máscara, por supuesto.

Foto: Gandalf’s Gallery/Flickr

Lo cierto es que el maravilloso relato del amigo del escritor se hizo viral enseguida. A las pocas horas de conocerse el encuentro, la viuda de Bowie lo retuiteó, al igual que su hijo o el escritor Neil Gaiman. De repente, cientos de miles de fans viralizaban un momento desconocido del genial artista. Un relato que también recordaba lo maravilloso que era Bowie, igual de mágico en la vida real que delante de miles de personas subido a un escenario.

La escena también recuperaba una incógnita nunca resuelta, ¿fue Bowie autista? Se sabía que tuvo momentos en los que luchó con su propia fama, con la cara exterior y la personalidad pública que proyectaba al mundo. De hecho, su inclinación por la reinvención hablaba a menudo de esa lucha interior.

El relato que se volvió viral después de su muerte nos ofrecía también una idea de cómo manejó esos momentos y cómo su comprensión de esa presión lo convirtió en el confidente perfecto para el niño que tanto le recordaba a él, tan “tímido” y “retraído” para el resto de la multitud. 

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